viernes, 13 de abril de 2012

Esa boca sucia caminando por la ciudad






(Marte en aspecto duro a Venus en aspecto duro a Mercurio, en la Casa 8)


Ella es muy femenina, muy bella, y le gustan las mujeres desde la cuna. Ya le gustaba la niñera, le tocaba las tetas, no quería a la mamá pero ya a la niñera la seducía con sonrisitas. Después vinieron otras que estuvieron más a su altura, compañeritas del jardín, amigas de la secundaria, y alguna que otra profesora de la facultad. A medida que fue creciendo siguió seduciendo mujeres, guiñándoles los ojos, tirandoles un beso, mirándolas con deseo apurado, dedicándoles canciones. Las seducía de manera mudita y discreta, les cabeceaba para sacarlas a la pista, les convidaba un helado, o les regalaba una flor. Todo tan naif que sus amigas, tortas viejas, pensaron, pobre Cintia, que no tiene chamuyo, ella conquista con lo que tiene, es linda, y ya.          

Un día Cintia y sus amigas se anotaron en una clase de yoga de un Centro Cultural del barrio. Se calzaron el jogging y se acomodaron en las colchonetas, mientras esperaban a la profesora, bromeaban sanamente: ¿Cintia cuánto hace que no ves a Dios? Cintia miraba para abajo y se ponía colorada, no decía nada. Ella es tan tímida, pesaban las amigas. Hasta que de repente entró la profesora de yoga, una pelirroja hermosa, y todas se quedaron mirándola embobadas. La conversación se cortó, el aire se cortó con tijera, para dar entrada a una belleza digna de Goya. Una de las parejitas del grupo se empezó a darse diciéndose en voz baja: dejá de mirarla vos, qué miras. Pero la realidad era que el hechizo era más fuerte. Ni qué decir que todas hicieron esfuerzos en la clase para hacer las posturas más complicadas con cara de éxtasis madonesco, y para llegar a la parada de cabeza con cierta dignidad aunque se les cayera la remera encima de la cara. Como la única del grupo que no andaba “en nada” era Cintia, empezaron a hacerle jodas por lo bajo. A lo que Cintia no respondía nada y seguía ejercitando la postura del osito mirando seriamente al techo. Ya faltaba poco para terminar la clase cuando a la profesora se le ocurrió la bendita idea de hacer un ejercicio de espaldas a las alumnas y mirando al frente. Si la cronista da detalles de la posición la censuran, pero a Cintia se le empezaron a revolver las tripas, y algo en su garganta empezó a vibrar, emerger, lo quería tragar pero no podía, era más fuerte que ella, lo contuvo todo lo que pudo, pero llegó un momento en el que… mirando el reverso de la profesora, dijo con voz grave: Los ángeles no tendrán espalda.... pero que culo, ¡Dios mío! Acto seguido miró para todos lados, no pudo contenerse otra vez, la profesora se dio vuelta y la miró a los ojos, a Cintia le parecieron que eran tan hermosos, que a ella le vibró la garganta de nuevo, y cuando quizo hablar, en lugar de las disculpas, gritó a viva voz mirando al cielo: ¡COMO ME GUSTARIA SER PAPA FRITA PARA ACOMPAÑAR ESE LOMO! Las amigas no lo podían creer, estaban en el límite entre el estallido de risa y la vergüenza ajena. La profesora se quedó pálida, se sonrió y murmuró algo sobre decir lo que uno piensa, pero nadie la escuchó, todos miraron a Cintia, que parecía no darse cuenta de la gravedad del asunto, hasta que terminó la clase. De camino a sus casas le intentaron hacer entender que no se puede encarar a una mina de esa manera, por más buena que esté, para no incomodarla y porque además: ¡Parecías un tipo, che! Ella las escuchó pero quedó un poco seducida por su propio atrevimiento, y se volvió a la casa muy feliz por haberse expresado de la manera que le nació.

La semana siguiente se juntaron para ir a conocer un zoológico de Zona Norte. Se llevaron pantalones cómodos y botellas de agua. Iban sacando fotos y leyendo los carteles explicativos de los animales y mientras charlaban. Cintia estaba parada con un mapa en la mano cuando vio a una chica que tenía minifalda y botas que pasaba con el novio al lado. Sus sensaciones internas eran una mixtura de quilombos indescifrables. Se sintió como un caballo desbocado, otra vez se le revolvieron las tripas, una catarata de deseos irrefrenables le pasaron por el cuerpo, se sintió excitada, casi mojada, y sin pensar nada, sin pasar sus palabras por el tamiz de Saturno, le largó a los cuatro vientos: ¡Nena, te chuparía la argolla hasta que Chacarita salga campeón de la Libertadores! Todas se quedaron mudas y automáticamente miraron a la parejita, primero a la chica, que se empezó a reír. Y después al novio, para ver como reaccionaba. El pibe la miró para decirle algo pero después la vio mejor y decidió hacerse el boludo. Era la segunda vez que pasaba, Cintia no podía hacerse la tonta. De repente se redescubrió, porque esta nueva vivencia le cambiaba la imagen de si misma, se la daba vuelta como una media. Ella que siempre fue el ángel del hogar, la princesa del padre, la femme de las relaciones, la Venus del Milo, escondía un lenguaje Marciano, chongo, masculino, invasivo, prepotente, activo. De repente descubrió que tenía una víbora fálica en la lengua que escupía obscenidades y que ponía al otro en el lugar de objeto receptivo de una calentura desenfrenada. Su lengua se convirtió en una espada filosa y penetrante, creando imágenes poderosamente sexuales que vibraban en el reprimido de la sociedad. Y no faltaba nada, ningún detalle se ahorraba para decir todo lo que le iba a hacer al otra, todo lo que le gustaba de la otra o la calentaba. Tenía un poder en la lengua que mamita querida. Ella era, en el momento en el que escupía la obscenidad, la más grande de todas.

La escena volvió a repetirse en diferentes circunstancias y contextos, uno más disparatado que el otro: en un teatro se le ocurrió gritarle a la actriz principal que “Mamaza, tanta carne y yo en vigilia”. Y en una fiesta de cumpleaños casi la trompean por decirle a la madre de la cumpleañera cuando venia trayendo la torta que “Como me gustaría que fueras vaca... para poder ordeñarte esas tetas”. Las amigas ya no se sorprendían, porque cada vez pasaba más seguido y pensaban, a ver con qué se sale Cintia ahora, pero le hablaban hasta el hartazgo de que así no se le dice a las mujeres, que se iba a quedar soltera por guarra y que semejante vocabulario no condecía con una chica bien de colegio inglés de Palermo. ¡Tenes un chongo adentro! ¡Peor que un chongo, tenes un camionero grasiento, bruto, gordo, sucio, primitivo adentro! ¡Tenés un Cacho adentro, un Cacho, no que canta tangos, un Cacho de ruta, un Cacho de barrabrava, de obrero de la construcción, de Maradona en conferencia de prensa! Así le decían. Ella se encogía de hombros y sostenía su cara de inocente con orgullo, las convencía por un ratito de que no iba a pasar nunca más. Pero siempre fracasaba en el intento de mantener la boca cerrada cuando veía una belleza argentina caminando por la calle. El asunto llegó a término un día jueves en una librería de la Zona de Palermo famosa por su snobismo. Las chicas estaban mirando libros de cocina exótica en uno de los mostradores. Cintia estaba parada con un libro en la mano de Cocina Fácil Vegetariana. Y como siempre pasaba en estas ocasiones, algo se detuvo en el tiempo y se sintió un perfume de mujer intenso, se olfateó en el aire la presencia de una mujer hermosa y llamativa, vestida de negro, discreta, pero de una intensidad Plutoniana de la ostia. Era Venus y Plutón juntos en el mismo cuerpo, puro misterio, pura incógnita detrás de unos anteojos, y también, hay que decirlo, pura curva. Cintia levantó la mirada, y las amigas se agarraron de los mostradores, de los libros, de lo que podían para atajar el vendaval de guarradas que veían venir de inmediato. Se decían por adentro: acá no, Cintia, acá no, que nos conocen y son lo más pacatos del mundo. La que reaccionó más rápido atinó a distraerla en la mesa de best-sellers, pero no pudo.

Cintia miró a la extraña y con voz grave y fuerte, con voz de arrabal saliendo de su linda boca pitada, gritó de una punta a la otra de la librería:

- ¿A dónde venden los números para ganarse ese premio de culo?
Todos hicieron silencio y la miraron. La otra se quedó quieta como estudiando a Cintia unos segundos. Después empezó a caminar despacio, con andar de gata bien puesta, por el pasillo lleno de gente, y se detuvo en el medio del salón. Nadie se lo esperaba, bien tranquila, y dando pasos cortos, empezó a recitar a viva voz:
- Este no se rifa, ¿Por qué no te haces una propuesta así te la puedo apoyar?
Se pellizcaban para creerlo, la cosa venia de contrapunto.
- ¿Querés que juguemos a la milanesa?... es igual que el teto pero abajo de la mesa.
- Mejor juguemos al cieguito, vos sos un libro en Braile y yo te toqueteo un poquito.
El tema se ponía jugoso, las dos hablaban sin temblar, firmes y seguras, se estaban duelando a guarradas y entre los demás no volaba ni una mosca.
- Cuando en la calle te vi, no pensaba darte bola, pero vista desde aquí ¡qué bien se te ven las lolas!
- Dichosos los ojos que la ven, pero más felices las manos que la toquen, la derecha se me va sola a tu teta, espero no se equivoque.
- No lo puedo creer mi Dios, estar frente a mi semejante torta, comparándose con vos, cualquier chongo la tiene corta.
- Haceme tuya entonces y zarandeame como un junco, no se si ya estaré muy caliente, pero la palabra solo llega hasta un punto.

Entonces se dieron la mano y se dijeron los nombres. Se saborearon con la mirada como almas gemelas y la librería entera se puso a aplaudir. Por años recordaríamos el momento en el que Cintia y Matilde se conocieron. Y ellas lo recrearían al infinito, con diferentes matices, variantes sutiles que agregaban para condimentar y avivar la memoria de nuestro recuerdo que ya se empezaba a borronear. Nunca traicionaron la palabra-espada que tenían en la boca, la esgrimieron con orgullo, la fueron afilando hasta ser expertas en el lenguaje que nuestras abuelas no se atrevían ni a escuchar y mucho menos a pronunciar. Ellas lo tomaron como bandera. Cada vez que Matilde se ponía una minifalda para ir de fiesta, o a pasear, o a cenar, no faltaba que Cintia le gritara desde el otro lado de la calle frente a todas nosotras: Linda, deja de mover la jaula que vas a marear a la cotorra. Y nos moríamos de risa.

2 comentarios:

  1. Buena definición neo-arrabal. Luna en Capricornio es un tango, como corresponde, y esto es simil un duelo de cuchilleras.

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